La depresión y la migraña, una relación difícil de separar

por | Sep 30, 2024 | Actualidad Científica

La depresión y la migraña son dos enfermedades que mantienen una relación bidireccional, en la que la migraña incrementa el riesgo de desarrollar depresión, y la depresión, a su vez, aumenta la probabilidad de padecer migraña. Esta interacción es especialmente relevante, dado que la depresión es una de las principales comorbilidades en las enfermedades neurológicas, afectando negativamente la percepción de la calidad de vida de los pacientes.

Según datos de la Sociedad Española de Neurología (SEN), hasta un 50% de las personas que padecen migraña en España pueden desarrollar depresión. Este trastorno mental, además, se asocia con un incremento en la frecuencia de las crisis migrañosas, lo que contribuye a la cronificación de la migraña, especialmente en aquellos pacientes que también presentan ansiedad.

La prevalencia de la depresión en personas con migraña es aproximadamente el doble que en aquellas que no la padecen. Los pacientes con migraña, ya sea episódica o crónica, presentan un riesgo cinco veces mayor de experimentar síntomas depresivos, y esta probabilidad aumenta proporcionalmente a medida que se incrementa la frecuencia de los ataques de migraña.

Al igual que la depresión influye en la cronificación de la migraña, la migraña en sí misma constituye un factor de riesgo para el desarrollo de la depresión. Es importante destacar la prevalencia de la ideación suicida en los pacientes con migraña, que es significativamente más alta que en la población general. Esta idea suele aparecer en etapas cercanas al diagnóstico, cuando los síntomas de la migraña son altamente incapacitantes. Sin embargo, a pesar de la gravedad de estos síntomas, no existe un tratamiento estándar y efectivo para todos los casos, debido en parte a la falta de un diagnóstico claro.

Además, las personas menores de 30 años que padecen migraña tienen cuatro veces más probabilidades de experimentar ideación suicida a lo largo de su vida, en comparación con aquellas mayores de 65 años.

Con estos datos es evidente que ambas enfermedades deban abordarse y no banalizarse la una de la otra cuando se presentan conjuntamente.

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